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La segunda renuncia de Lionel Messi – Télam

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Hace cuatro años, en junio de 2016, Lionel Messi renunciaba a la Selección Argentina. Abrumado tras la derrota con Chile en la final de la Copa América -la tercera en tres años luego del Mundial 2014 y la Copa América 2015-, un Messi afligido y cabizbajo se autoexcluía del equipo nacional con un alegato en caliente que aludía tanto a la fatalidad deportiva («es increíble») como a su supuesta impericia en tanto líder del equipo («no es para mí»).

Aquella renuncia, leída por el mundo futbolero como un gesto sacrificial, en rigor nunca se materializó. Tras el clamor popular, Messi «regresó» tan sólo 60 días después de haber dimitido, sin haberse perdido ningún partido de Argentina. Pero el episodio dejó algunos datos que hoy, a la luz de su intento de abandonar el Barcelona (también subrepticio, también finalmente fallido), cobran nuevo sentido y ayudan a entender mejor a esa gran incógnita que es Lionel Messi.

El primer dato es que la lógica deportiva sigue siendo la brújula de Messi, la que organiza su libido: él juega para ganar, para ser el mejor. Puede sonar obvio pero no necesariamente lo es: a los 33 años, otros futbolistas buscan desafíos menos exigentes y planifican el fin de carrera. Messi, en cambio, con títulos, millones y prestigio de sobra, desbarata todo su mundo porque no puede ganar (de nuevo) la Champions League. Al igual que con Argentina en 2016, la suma de derrotas futbolísticas del Barca se le vuelven insoportables. A Messi lo mueve la gloria.

El segundo dato es la falta de mediación entre sus deseos y la expresión de estos, algo también poco común cuando se trata de ídolos deportivos que movilizan tantos intereses. Messi, herido por la derrota contra el Munich, expresa sin vueltas sus ganas de irse. En ese deseo no hay cálculo económico, no hay racionalidad instrumental, ni siquiera previsión de corto plazo.

El tercer dato es la intensidad de los poderes fácticos (políticos, económicos) que atraviesan al fútbol, y que demuestran tener más peso que la voluntad de los que patean la pelota. Presiones múltiples hicieron que la renuncia de Messi a la Selección durara apenas dos meses. Presiones similares (europeas, magnificadas) cortaron de raíz sus ganas de dejar Catalunya.

El lema del FC Barcelona logra con una eficacia semántica notable dar cuenta de la magnitud del equipo a nivel político: «más que un club». Alguna vez, el escritor Manuel Vázquez Montalbán definió al Barcelona como «un ejército simbólico desarmado de la catalanidad»: que una institución de tamaña trascendencia facilitara la salida de su máximo ídolo –el capitán de ese ejército- no era algo probable. Ni hablar del poder económico (sponsors, Liga española), que tiene en Messi a uno de sus mejores productos globales.

El último dato es que, con su salida frustrada del Barca, Messi expuso a las claras que pese a los millones que ganan y la fama que ostentan, los futbolistas siguen siendo trabajadores que venden su fuerza de trabajo a un patrón (Neymar a desgano en París también puede dar cuenta de ello). Así, el futbolista más relevante del mundo, consumado el revés frente a su deseo de exilio, sólo atinó a gestos de fastidio como respuesta (recibir el trofeo Gamper en silencio, postear en Instagram sobre la salida de Suárez) que se asemejan más al pataleo que a la resistencia.

Como señala Ezequiel Scher, otros grandes deportistas (Jordan, Maradona) rompieron contratos y forzaron éxodos, algunos a costa de su propio prejuicio. Messi, ante la encrucijada del conflicto, privilegió de nuevo el componente emocional y afectivo: para con su familia, que le reclamaba no irse de la ciudad, y para con el Barcelona («el club que me dio todo»). Lealtad, coherencia y empatía, virtudes raras en el fútbol mercantil de hoy.

Por Diego Murzi (Sociólogo. IDAES-UNSAM. Presidente de Salvemos al Fútbol). @diegomurzi



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