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Mercedes Halfon: «Encontré un lugar con más sombra desde donde escribir» – Télam

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Halfon es periodista cultural, crítica de teatro y poeta.

Halfon es periodista cultural, crtica de teatro y poeta.

La poesía respira ahí donde encuentra oxígeno y la escritora Mercedes Halfon abre intersticios para que suceda en varios rincones de «Diario pinchado», una novela corta con formato de diario que desiste del encasillamiento de los géneros para contar la estadía de la novia de un poeta becado en Berlín.

Halfon (Buenos Aires, 1980) es periodista cultural, crítica de teatro y poeta. En «El trabajo de los ojos» (2017), también editada por Entropía al igual que esta novela, delineó un breve tratado narrativo sobre su estrabismo y el oficio de mirar. Algo de esa subjetividad sobre el punto de vista vuelve a resonar en «Diario pinchado». «Encontré un lugar con más sombra desde donde escribir», sostiene la autora durante la entrevista con Télam.

En su inmersión en la ciudad, la protagonista reconoce padecer eso que bautiza como «el vicio del turista intenso», una inducción permanente, hacer de todo una definición. Sobre esa etnografía del detalle, Halfon edifica una trama que se inscribe en una tradición de diarios y novelas sobre estadías y extrañamientos en la capital alemana.

«Que sea un diario puede prestarse a la confusión sobre el registro autobiográfico y no lo es. Me interesaba el género diario de viaje, que me permitía un tono íntimo, estar pegado a la voz de alguien sin tener una panorámica de lo que pasa por fuera de eso, son palabras como dichas en voz baja», cuenta sobre por qué eligió retomar esa tradición pero desde otro pacto de lectura.

– Télam: ¿Cómo fue el proceso de escritura? ¿En qué momento se convirtió en algo más que el registro de un viaje a Berlín?

– Mercedes Halfon: Lo escribí durante varios años, mientras hacía otras cosas. Hubo momentos más intensos de escritura y otros en que lo dejé descansar. No es un registro temporal de un viaje a Berlín porque hay una construcción ficcional, el personaje no soy yo sino, como se suele decir, alguien que se parece a mí, pero con otras características que lo diferencian. Hice un viaje en 2015 a Berlín donde llevé un diario y algunos episodios están tomados de ahí, sobre todo los paseos por la ciudad, las visitas a los museos y los teatros. Después el tiempo pasó y me olvidé de muchas cosas. Tuve que investigar, recurrir a mapas, libros, consulté a amigos que viven allá, como Natalia Laube, para refrescar esos datos más «espacio-temporales». E introduje elementos de los que me interesaba hablar, como la separación de una pareja joven, la sensación de estar perdido en una ciudad, ser extranjero y no comprender el idioma, algunas reflexiones en torno a la poesía y más cosas.

– T: ¿Dialogaba con los otros diarios de Berlín mientras escribía el propio? ¿Alguno de ellos la interpeló más? ¿Qué cuestiones distintivas le interesó plantear?

-M.H: Leí varios novelas como «Adiós a Berlín» de Christopher Isherwood, o «Berlín también se olvida» de Fabio Morábito, y otros relatos de viaje que no eran sobre Berlín como «Mi descubrimiento de América» de Mayakovski. Recuerdo sobre todo el de Morábito porque es un diario de un escritor en esa ciudad, que va contando su día a día, pero en un momento toma distancia de eso y cuenta situaciones imaginarias o que me parecieron invenciones. Se permitía abandonar el registro realista e ir hacia cosas que podrían haber ocurrido aunque fueran delirantes. Eso me gustó mucho, me dio una idea que era la de empezar a avanzar hacia zonas posibles aunque irreales, que es a donde terminó yendo mi texto. Otra cosa que pasaba es que casi todos los diarios de escritores de Berlín con los que me topé eran de becarios hombres. Hay un texto de Alan Pauls y otro de Luis Chaves, que leí después, cuando ya había terminado el mío. Y lo que yo estaba contando no era el diario de una becada, sino de la novia del becario. Eso me dio un punto de vista, un lugar con más sombra desde donde escribir.

– T: ¿Establece continuidades entre «El trabajo de los ojos» y «Diario pinchado» alrededor de la mirada?

M.H: Puede ser, no lo pensé así, supongo que habrá conexiones porque son textos míos y que escribí con poco tiempo de diferencia. Quizás algo de ese extrañamiento con el que una ve cuando está de viaje, que es una situación de por sí literaria, ya todo está un poco fuera de foco. Recuerdo una frase de Enrique Vila Matas que leí cuando estaba escribiendo (y que después no pude volver a encontrar) que era algo así «Cuando uno viaja de a dos los extraños son los otros, en cambio cuando uno viaja solo, el extraño es uno». El personaje de «Diario pinchado» está con otro, viaja para estar con otro, pero igual no puede evitar sentirse extraña y creo que ese es un poco el problema.

-T: La búsqueda alrededor de la orientación, de perderse y de encontrarse en un mapa tiene cierto correlato en la voz de la narradora y en lo que le sucede. El diario está pinchado. ¿Qué encuentra la narradora cuando la expectativa se desinfla?

-M.H: Y, se encuentra en un lío. Tiene que vérselas con sus propias dificultades, su incapacidad, atravesar lo que no está totalmente perdido, sino que está en un momento previo. Encontrar formas de supervivencia en esos períodos grises de transición de la vida creo que es lo más difícil. Esa es la búsqueda del personaje a lo largo del texto. Hay un libro que me acompañó durante la escritura que es «Infancia en Berlín» de Walter Benjamin, lo leía constantemente y en un momento empecé a poner fragmentos. Ahí hay una pasaje que dice: «Así, no era lo que se avecinaba lo que pesaba tan terriblemente sobre uno, tampoco la despedida del pasado, sino lo que todavía continuaba, lo que duraba; lo que todavía se armaba, incluso en esta primera etapa del viaje». Eso está en el libro, porque me parecía que expresaba muy bien este estado.

-T: «Que la poesía pueda estar hecha de cualquier cosa no quiere decir que cualquier cosa pueda ser poesía». ¿El registro poético del diario es su marca distintiva?

-M.H: No sé si hay un registro poético, o en todo caso no es algo que haya sido buscado o que haya estado en el centro de mis preocupaciones cuando lo escribía. Supongo que como escribo poesía y la leo y la pienso casi todo el tiempo, esas cosas se pueden colar. En todo caso, es lindo pensar que no hay nada tan estático en los géneros, que la escritura es algo que se domina a medias, que se filtran cosas impensadas y que siempre vuelven lecturas que dicen algo de los textos que quien escribe no los había pensado.

-T: El libro, el diario de un viaje, se publica ahora que estamos encerrados, que las fronteras se reforzaron y que viajar se convirtió en un recuerdo o un anhelo. ¿Eso cambia la lectura y la recepción?

-M.H: La cuarentena me permitió leer más que nunca. Leí más que en todo el año pasado y el anterior junto, en estos seis meses. Entre todo eso que leí está «Mirarse de frente» de Vivian Gornick, donde ella habla sobre caminar por la ciudad. Lo hace en un ensayito que se llama «Vivir sola» en el que defiende ese lugar tan complejo que es resistir la propia soledad y no salir a buscar pareja, amigos o lo que sea que nos disipe esa aspereza de la mañana o esa melancolía de la noche estando sola. Me resultó muy revelador, justamente en medio de la pandemia, en el que la idea de los paseos, de ver el mundo, de encontrarse en medio de una multitud está cancelada. Obviamente caminar es hermoso y viajar también lo es, pero ese ensayo me permitió pensar en qué otras maneras se pueden encontrar para convivir con una misma. Algo nuevo se me apareció con esa lectura, algo que estaba en el libro y a la vez no, que se sumó por leerse en este contexto. Creo que eso pasa siempre con la literatura, los textos están vivos, de algún modo inacabados, siempre van tomando nuevas formas en la lectura y eso es algo que nadie puede predecir.



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