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El romance de la violinista Édua Zadory: «Argentina me gustó desde el primer segundo» – Télam

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Corresponsal

La reconocida violinista húngara Édua Zadory tomó hace un año una decisión extraña: dejó su prestigiosa carrera clásica en Europa para mudarse a la Argentina y apostar por un país lejano y extraño: «Argentina me gustó a partir del primer segundo, y eso fue hace 12 años», dijo en diálogo con Télam.

De su debut en la Argentina, en el marco de una gira organizada por la embajada Suiza, la intérprete guarda un recuerdo divertido: «En ese viaje toqué ‘Las cuatro estaciones’, de Vivaldi, con una orquesta muy aficionada y me enojé porque no podían acompañarme. Por lo visto, ya era entonces tan loca antes como ahora», contó con gracia.

Es cierto que Édua Zadory es temperamental y eso queda claro en cuanto pisa el escenario: a una técnica exquisita se le suma una interpretación vibrante. Pero aquel traspié inicial tuvo un lado B apasionado: «Me encantó la gente. No tanto la música, porque en Viena teníamos un nivel muy, muy alto. También me gustó el tango, pero nunca tuve ganas, como mucha gente, de bailar», precisó.

Con todo, su vínculo con la Argentina es anterior a ese primer viaje. A los 13 años y gracias a su talento precoz ganó una beca para estudiar en la Universidad Franz Liszt con el maestro Ferenc Szecsödi, que tenía entre sus estudiantes a la violinista concertino de la orquesta Juan de Dios Filiberto, en Buenos Aires. «¡Qué casualidad! Yo siempre digo que el mundo es muy pequeño. Él fue un poquito un mecenas para mi», rememoró la artista en un castellano claro.

De aquel primer maestro guarda recuerdos entrañables a los que sucede la huella de su profesor Habib Kayaleh, que le ofreció una beca cuando ella era una adolescentes de 16 años: «Y después, Tibor Varga, en Sion. Ahora pienso que tuve la posibilidad de estudiar con él, uno de los mejores violinistas de siglo. ¡Qué feliz y precioso tiempo que nunca volverá!», dijo en un diálogo con esta agencia.

Télam: Descubrió usted el violín cuando era una niña pequeña. ¿Aún recuerda cómo fue esa primera vez?
Édua Zadory: Desafortunadamente no me acuerdo bien, pero sí recuerdo que mi padre me llevó a un concierto en el que escuchamos un cellista. Entonces, le dije que me encantaría tocar el cello. No conozco hasta hoy la razón por la que luego empecé con el violín. Al principio fue muy duro, especialmente usar el arco. Esos son mis recuerdos del principio.

T: ¿Quienes son los maestros que fueron imprescindibles en su carrera profesional?

EZ: El maestro Ferenc Szecsödi, en la Universidad Franz Liszt; Habib Kayaleh y Tibor Varga, en Sion. Después, estudié en Viena con el primer violín del cuarteto de Alban Berg, Günter Pichler, por demás conocido por su loco comportamiento. Era una leyenda, pero una persona muy complicada. Todos le teníamos miedo. Antes y después de cada clase con él, yo temblaba de la cabeza a los pies, pero me marcó su profesionalismo con el instrumento.

T: ¿Cuáles diría que son sus compositores más amados?

EZ: En general, no tengo compositores preferidos. Yo digo que todo lo que toco debe ser lo mejor para ese momento. Me gustan mucho Bach, Beethoven, Peteris Vasks, por ejemplo. Además, me encanta crear para todas las obras que toco, un poco mi propia música. ¡Eso me ayuda disfrutar casi todo! 

T: ¿Por qué decidió mudarse a la Argentina? 
EZ: La razón principal por la que decidí mudarme a la Argentina es que ya no me sentía bien en Viena, tanto en el sentido musical como a nivel humano. Produje un CD y un video que excedieron mis recursos financieros y había trabajado demasiado para eso. Por otro lado, sostener la vida básica en Viena es muy caro. Si no estuviera en la Argentina quizás estaría en otro país, pero en realidad me gustaría construir algo acá. Además, Europa está abarrotada de músicos y músicas que están demasiado mimados y, por eso mismo, «estropeados». En Buenos Aires, en cambio, encontré excelentes músicos con los que tengo muchas ganas de trabajar. Me gusta la ciudad y su arquitectura, el ambiente de las calles, la energía positiva y la mentalidad de la gente. Todo eso es muy atractivo para mí. Solo que por el momento estoy pasando un tiempo muy duro con la cuarentena.

T: ¿Qué actividades puede realizar a pesar de la pandemia de coronavirus?

EZ: Desde del principio he estado practicando, trabajando mucho sobre mi repertorio de violín, descubriendo obras nuevas, nuevos objetivos para mí misma. Por Facebook, conocí a un compositor inglés, Borenstein, y desde hace un tiempo hemos estado trabajando juntos. Quizás de esta colaboración resulte algo nuevo en Europa. Además, hace dos o tres semanas empecé de nuevo a dibujar, que es algo que me encanta. Dibujo una o dos horas cada día. Tengo una terraza que me permite hacer deporte y también grabé algunos videos con distintos músicos de Buenos Aires y de afuera. Fue un desafío nuevo a nivel de poder tocar juntos a la distancia. Esta posibilidad es la única por el momento para disfrutar el escenario imaginario. Me faltan los conciertos, esa manera de diálogo con el público que define la música, pero no entre cuatro paredes. Y tengo también dos alumnos por Internet. Creo que enseñar a los jóvenes podría ser una ocupación muy satisfactoria e interesante, porque aprende tanto el alumno como el profesor. 

T: ¿Cuándo comenzó a dibujar y cómo se relaciona eso con la música?
EZ: Comencé a dibujar hace cuatro años. Necesitaba crear algo más además de tocar el violín. En la música, nosotros somos únicamente intérpretes, pero al dibujar soy el creador de lo que me gusta. Me parece que mis cuadros se relacionan con la música, con el movimiento, con el color. Al dibujar, siempre estoy escuchando música para inspirarme y observé que los cuartetos de Bartók y Beethoven son especialmente muy inspiradores para dibujar. No sé si se puede ver literalmente en mis imágenes, pero siendo violinista, quizás mi cabeza, cuyas ideas son las de una música, transmite algo de eso. Hay que mirarlos. ¡Vengan a mi próxima exhibición y charlamos de eso!



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