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Los riesgos mediáticos – Télam

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Como en una ecuación de suma cero, los temas alcanzan visibilidad en la agenda siempre que logren reducir a otros y confinarlos a la cuarentena mediática. Con o sin pandemia, en Argentina hay, con pinceladas gruesas, tres cuestiones que compiten endémicamente por capturar la atención pública: los problemas socioeconómicos (la inflación y la pobreza, en particular), la inseguridad (ceñida al delito contra la propiedad) y el espectáculo político en sus distintas versiones (cuanto más espectacular, más noticiable). En estos grandes temas quedan amalgamados distintos acontecimientos, transmitidos como noticias verificadas o solapados mediante estrategias de fakes news destinadas a energizar a la tropa propia para que participe, por acción u omisión, de actos de bullying en serie.

La pregunta es: ¿en qué espacio mediático se dan estas nuevas formas de creación y circulación de sentidos? Y la respuesta es que no cabe ya la dicotomía entre medios tradicionales y redes sociales virtuales, dado que unos y otros se retroalimentan y, más aún, se proponen como escenario de disputas de los temas que importan alternativamente. Pensémoslo en estos términos. El protagonismo alcanzado por el conflicto policial durante los últimos días, ¿habría sido tal de no haberse instalado una lucha ferviente entre la agenda política y algunos medios por ver quién instalaba los marcos interpretativos legítimos que etiquetaran el evento? Las noticias falsas alrededor de este caso, circuladas vertiginosa aunque no excluyentemente por medios sociales virtuales, ¿habrían tenido tanto asidero de no haberse preactivado miedos latentes de la sociedad argentina? Más importante aún, ¿alcanzarían tal grado de tematización de no presentarse como un continuum de las «inseguridades» despertadas en la #OperaciónMiedo, vehiculizada por las fakes news sobre #VillaAzul o sobre la supuesta salida «indiscriminada» de presos comunes de las cárceles «por decisión de Alberto Fernández», según tituló Clarín el 27 de abril de este año?.

Una primera conclusión es que solo con los medios -los masivos cuanto los sociales-virtuales- no alcanza, pero sin ellos no se puede lograr la puesta en agenda de temas inmanentes a las preocupaciones vernáculas. La segunda, que la activación de polarizaciones afectivas -en particular, las identidades político-partidarias cada vez más encendidas- son un sustrato necesario para garantizar la propagación de violencias política, mediática y social, cuyas herramientas nodales son la personalización de los actores por fuera del contexto que da sentido a sus acciones, la deshistorización de los eventos políticos y la confrontación espectacularizante entre sus protagonistas.

La pandemia transita, en términos discursivos, una confrontación alrededor de la percepción de riesgo que perciben los ciudadanos argentinos. Uno de los factores explicativos de esa distancia que nos aleja de un otro distinto es la identidad partidaria: los votantes oficialistas, afectos al discurso gubernamental, temen por su salud; los opositores tiemblan ante la posibilidad de perder su trabajo o de quedar sumidos en una crisis económica que asumen como irreversible. Esa grieta -reavivada después de una corta y ya olvidada aprobación inicial hacia la política sanitaria del gobierno- es condición de posibilidad de los actos de violencia que marcan el tono del antagonismo político-partidario, donde los emisarios mediáticos instalan narrativas opuestas y hasta irreconciliables.



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